Ofrezco disculpas por mi
actitud de rehuir a toda costa el que tus conocidos sepan de entrada mi oficio,
amigo. Trato de pasar inadvertido. Ni como reportero ni como narrador debe uno darse
a conocer de manera ostentosa o innecesaria, creemos dos, tres. Hay quienes
escriben porque buscan fama. Debieron ser actores de cine o de tele, o son unos
cobardicas como para, arriba del ring, asestarse de pitutazos con el Canelo Álvarez,
o con el Chiquita González, quien ya debe ser abuelo.
Ahora la razón es doble. Hay
gente a la caza de víctimas de sablazos o de estafas. Un supuesto pariente desconocido
quería plantearme, cara a cara, un problema suyo. Si le platico los míos,
contesté a su correo, lloraría. Pero, ¿de qué se trata? El tipo enfrentaba una
demanda judicial injusta, según escribió. ¿Y yo por qué?, diría el clásico. Ni
soy abogado ni formo parte de ninguna oenegé. Sobrevivo alerta en la gran urbe porque
al girar la esquina te aplican la china o te asaltan con pistolas de plástico.
Un vecino me interceptó para
preguntarme si era profesor. Tengo veinte años de vivir en la casa de junto. Él
ha pretendido venderme perfumes y cuadros de pinturas ni siquiera naif, unos espantajos
en relieve horripilantes. No le he comprado nada. Harto debió preguntarse bueno
y éste ¿en qué la gira si no me compra nada? Quiero la cachiporra de tu papi,
le podría decir. El viejo acaba de fallecer. Durante las trifulcas de barrio,
el tipo salía blandiendo el arma contundente y acometía contra los golpeadores
de su hijo. A este pobre siempre se lo suenan porque se emborracha en la banqueta
y orina ahí mismo al pie de un árbol. Pero ¿y si el viejo pidió como última
voluntad que lo sepultaran abrazado a su cachiporra?
Suspicaz, veo a vendedores,
pedigüeños o estafadores en cada recién conocido. El mulo no era arisco… A la
mayoría le importa un diputado matraca mi ocupación, observo, estudioso de la
condición humana. Quienes no leen quisieran conocer a Luismi o a Juanga y quienes
medio leen platicarte su vida para que escribas una historia sobre ellos. Los
exigentes buscan oír genialidades nomás abres el pico Es como si le dijeran a un
cirquero, ah, usted es saltimbanqui del Atayde… ¿De veras? A ver, échese una machincuepa.
¿Va?
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