Turbocrónicas
Feldespato en la pasarela
Marco Aurelio Carballo
Desconcertado, Feldespato observó cómo Angélica
desaprobaba esa mañana de invierno de lluvia helada la combinación de pants y abrigo. “Póngase aunque sea los
vaqueros”, murmuró ella. ¿Aunque sea?...
Iban a una consulta médica
y, si por ella hubiera sido, y también por la patrona, por la Princesa, él debía
vestir de etiqueta. Nunca lo había hecho, ni pensaba hacerlo. La consulta
médica no era ni en Rochester ni en
Monte Sinaí.
Él insistió y Angélica hizo
un apenas perceptible encogimiento de hombros. Ella nomás obedecía órdenes. En
Efecto, si no era porque, prudente, Angélica se abstenía de revelarle de dónde
llegaban las indicaciones, Feldespato hubiera pensado que tenía no parecidos
gustos a los de la Princesa, sino idénticos.
Entonces a él se le ocurrió:
pants, gabardina y crocs. “!No!”, saltó Angélica. “La señora ¡Jamás lo
permitirá. ¡¿Cómo se le ocurre?”
Porque era un provocador y
porque durante años debió viajar a la tierruca, donde llueve seis meses al año.
Es una ciudad desprovista de desagüe y él tenía que cruzar a pie las calles
inundadas, echando a perder sus mocasines. Por eso cuando llegó la moda de aquellos chatos
zapatones de colores selváticos se dijo esa moda me acomoda. Entonces Angélica
le preguntó: “¿y si la señora se enoja?” “Si se enoja, le recordaré una frase
de Saramago”, dijo él. “¿Ya lo leyó?” Angélica estudia enfermería.
“Sí, en la prepa. ¿Cuál de
sus frases?”
“Entre más viejo”, decía el
maestro, “más libre y, entre más libre, más radical”.
“Viejos cascarrabias” ,
murmuró Angélica.
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