TURBOCRÓNICAS
La fe de los escépticos
La fe de los escépticos
La influenza me pescó fuera de base. A mil kilómetros de distancia hacia el sur. Para enterarme he leído periódicos y visto la tele. Como soy hipocondríaco sobra decir que permanezco superatento a cualquier síntoma extraño. Mi organismo ha sido marciano desde siempre. Una vez creí padecer de hemofilia. Estaba en la primaria. El chisme llegó a oídos del profesor Ábrego, de sexto. Esa enfermedad le da sólo a los de noble linaje, dijo, y la clase entera rió de mí, un peloduro. Ya antes me había dado leucemia por haber leído un artículo en aquella revista de textos condensados tamaño octavilla.
Ahora hay bastante información dispersa. El lector debe crear su propio esquema mental. Discernir. Estar atento a los datos. Como siempre, son proporcionados a cuentagotas. En Tapachula, adonde viajé a coordinar un Taller de Narrativa, las señoras se formaron de inmediato a pedir que vacunaran a la familia. Ante la puerta del hospital se enteraron de que no hay vacunas, sino antivirales. ¿Saben que se los aplicarán sólo si tienen la enfermedad? A lo mejor no. Se habla de un número de muertos determinado, pero el lector ignora cuántos enfermos de pulmonía, por ejemplo, mueren por esta época, en promedio. Como para restarlos de quienes podría haber sido infectados por la cochina influenza.
Del cubrebocas también hay información contradictoria. En las épocas de alta contaminación ambiental en el DF, recuerdo, los conocedores informaron de que los poros eran más grandes que cualquier virus. Lo mismo se ha informado esta vez. ¿De qué tamaño es un microbio? A un conocido le apodaban el Virus, pero él medía como uno setenta de estatura… Queda rezar, aunque ¿y los que no sabemos hacerlo?
En Tapachula, durante una epidemia de conjuntivitis un colega inventó el siguiente saludo. Se meten las manos a las bolsas y se dan dos toques de hombro con hombro. El problema, le dije, es el requiebre culiempinado. En la tierruca, si te califican de mampo, aunque no lo seas, ya te amolaste. La habladuría te acompaña hasta la tumba. El colega decidió guardar reposo hasta que pasara la epidemia. Aunque esta malvada influenza es cosa seria. Así que sólo queda subir las defensas. La fe, dicen, las sube. Pero ¿cuál fe tenemos los escépticos?
GARBANZOS DE A LIBRO
Juan Marsé, Premio Cervantes
“No soy intelectual, sólo un narrador”
Juan Marsé, Premio Cervantes
“No soy intelectual, sólo un narrador”
Habla Juan Marsé, que acaba de recibir el Premio Cervantes 2008: “Para la famosa pregunta ¿qué entendemos hoy por novela?, dispongo de mil famosas respuestas, que nunca a la hora de trabajar me han servido de gran cosa. No me considero un intelectual, sólo un narrador. Los planteamientos peliagudos, la teoría asomando su hocico impertinente en medio de la fabulación, el relato mirándose el ombligo, la llamada metaliteratura, en fin, son vías abiertas a un tipo de especulación que me deja frío y me inhibe. Bastante trabajo me da mantener en pie a los personajes, hacerlos creíbles, cercanos y veraces…” En cuanto al oficio, dijo: Procura tener una buena historia que contar y procura contarla bien. Es decir, esmerándote en el lenguaje. Porque será el buen uso de la lengua, no solamente la singularidad, la bondad o la oportunidad del tema lo que va a preservar la obra del moho del tiempo.”
LOS GARBANZOS
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